sábado, 30 de junio de 2007

Sentado...

Sentado cerca de la orilla para respirar.
Inspiras al lado del mar ardor de luz.
Y el mundo respira lento en tu respiración.

Sentado, sintiendo cómo pasa,
en el cauce sombrío de tus venas,
toda la luz del universo.

Eres un gran sol de luz
que respira a través del firmamento
contenido en tu pecho.

Que inspira la luz y espira la sombra,
que recibe el día y desprende la noche,
que inspira la vida y espira la muerte.

Te has sentado cerca de la orilla a respirar.
Te has sentado en el centro del mundo a respirar.

Duermes sin soñar, pero sueñas hondo
y, al despertar, tus labios musitan despacio
en la luz del aroma:




«Calma. La luna nos ilumina recién llegada, flotando por detrás de las nubes, lentamente, tímida.

Pronto acabará todo. Ella no lo sabe. Ella duerme en silencio. Duerme con un respirar pausado.

Es de noche. Pero oigo que las máquinas no duermen. Tampoco las flores. Su aroma se adivina junto a nuestra ventana.

Ni siquiera yo duermo. Estoy sentado y no podría decir que medito, sólo contemplo la vena que acaricia el dorso de su mano como un río.»






Y así, sentado y próximo al umbral
es escasa su petición
sólo un poco de atención
de la brisa ocasional.

Insufrible este sopor
que se quiere en soledad
y la dura realidad
el conjurado dolor.

No se apiada la apremiante
necesidad de una brisa
hace patente su prisa
y un silencio penetrante.

Es de mi padre la historia
y mi avidez de recordar
nadie ocupa su lugar
y lo guardo en la memoria.





No, no es el mar.
Sentado frente a un simple vaso de agua.
Es como estar sentado ante gran un océano.
La infinitud se ahoga en una gota,
pero el tiempo es un agotado velero.
Sentado en popa mira al sol naciente.
Sentado en proa mira al sol poniente.





Ah! Ese corazón suyo, tan abierto y tan desnudo,
era ya casi una fuente debajo de un lamento.

Un dolor sentado esperando la muerte.
Un dolor esperando... esperando... esperando...

Y los minutos pasan con la muerte en los hombros.
Y él sigue quieto con su sombra en los brazos.

No cesa en sus ojos el golpear del crepúsculo,
ni le tumba la vida como un árbol cansado.

¡Ah! Ese corazón suyo, que ni él mismo se oye,
que ni él mismo se siente de tan callado y tan difuso

¡Cuántas veces lo he visto por los amplios caminos
recogiendo ilusiones, como un lago estrellado!

Es un dolor sentado más allá de la muerte,
dolor hecho de agujas y de sueños arropado.

Creyéndose gaviota, queriendo partir en vuelo,
dándose a las estrellas, encontrándose en los cielos.

¡Él que siempre desnudaba la angustia
con solo echar su alma a girar con los astros!

¡Oh dolor, sentado más allá de la muerte!
¡Ese corazón suyo, tan abierto y tan desnudo!





La ausencia –ahora- está sentada en el salón,
la ausencia está sentada en los ojos sentados de una mujer,
sentada frente donde lo encontró la muerte.

Y yo sentado ante la nada,
Sentado en tu silla,
donde mis tiernas lágrimas se imprimen,
como una triste copia
de las que el alma y corazón me oprimen.

Sentado estabas. Y parecías dormido…

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