Límites
En educación la cuestión de los límites tiene una gran importancia. Y no me refiero al cálculo matemático sino a las fronteras que delimitan, en el que está siendo educado, que no vale todo, que hay límites que no se pueden traspasar.
Y no es esta una cuestión fácil y baladí esta de poner límites. Si dejamos poco espacio es como si le cortáramos las alas a un pájaro. Si "ancha es castilla", la cuestión se vuelve problemática y difícil de encauzar.
Y lo peor de todo es la incertidumbre de que la idoneidad de los límites establecidos sólo será comprobable a largo plazo.
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Yo debería andar por los seis años de edad. Una de mis diversiones cotidianas era bajar con mi padre en la furgoneta, desde la esquina de la calle hasta el comienzo de la cuesta por donde se salía y se entraba al barrio. Es muy probable que incluso lo hiciera "conduciendo", sentado entre sus piernas. No es sobre esa cuestión que ha quedado grabado mi recuerdo.
Es bastante posible, por otro lado, que tuviera otras diversiones no tan constructivas como la anterior, si no, no se explicaría la imagen de diablo infantil que sobre mí quedó en el recuerdo colectivo.
Los datos fijados en mi memoria me hablan de una cartera de colegio, de una cuchilla -seguramente utilizada para afilar los lápices- y de numerosos cortes que, sin mediar motivo recordado, produjo la acción de ésta sobre aquella, guiada por mi artera mano.
Como quiera que yo debiera intuir que aquello no sería aprobado por mis padres, cuando éstos me pidieron una explicación acudió a mí la socorrida excusa de que la fechoría fue perpetrada por otro, sin que tampoco en este caso haya quedado en mi memoria el destinatario de mi dardo envenenado. Bien porque no llevara suficiente veneno, bien porque mi fama apuntara claramente en otra dirección, el caso es que, pese a mi sorpresa, pronto estuvo claro quién fue el autor de tamaña fechoría.
Tampoco guardo el recuerdo de que el hecho que motiva este relato se produjera el mismo día del descubrimiento de la trama o en días posteriores. Lo que sí tengo grabado a fuego es la escena de intentar subirme a la furgoneta y encontrarme frente a mi padre que me interrogaba: -¿tú no estás castigado?
No hubo necesidad de más. El mazazo aún me duele... y me reconforta. Y aunque tuvo que pasar más tiempo para que entendiera lo difícil que podría haber resultado para mi padre tomar aquella decisión, desde ese instante quedó grabado en mi memoria, que había límites que no se podían atravesar...
..¡otra cosa es que tardara en aplicar lo aprendido...!
Tal vez sea esta la más remota, entre las numerosas ocasiones que a lo largo de la vida se me han presentado para aprender de mi padre y gracias a él.
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